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Pronóstico incierto


Hace más de un año recibí los azotes de mis elaborados y rotundos fracasos. En mi alma llovía a diario, y a pesar de las torrenciales aguas yo era un desierto árido que no retenía ni una sola gota de esas hidratadas perlas. No era solo que las "profecías meteorológicas" de los desastres naturales se cumplieron a mi alrededor, sino que se originaron en mi interior, como esas películas de terror y ficción que escriben guionistas metafísicos que buscan un público crédulo para sus fantasías, en mi caso eran reales, estoy seguro que no lo inventé.

En la variada recursividad que posee el individuo que ha tocado fondo, y no tiene nada que perder, surgieron las más hermosas herramientas, y con ellas cincelé mi alma, a medida, a imagen y semejanza de mis sueños más sublimes. De ella brotó la luz, los mares y las tierras, y este "brote psicótico de Dios" firmaba cada forma y contenido del naciente Universo. Parecía inmune a los males que aquejan la raza humana, y la creatividad encontraba las vacunas precisas para todo tipo de "virus existenciales", en una habitación de 4 metros por 5 cabía toda la galaxia.

Mis enemigos, morían de aburrimiento en los campos de batallas, las tiranías de mis amores se reprimían a sí mismas, se auto encarcelaban, y las plazas de sus discursos estaban deshabitadas de mí. El diablo, que había dominado mis instintos por siglos se convirtió de nuevo en ángel, agotado de tanto pecado.

Y de pronto, todo comenzó a ser predeciblemente hermoso, y el sol salía a la misma hora en mis ojos, y se ponían de nuevo en ellos, en el transcurso de las iluminadas horas todas las obras de artes que no salían a la luz eran un éxito rotundo, y todos vitoreaban de pie, se inclinaban los torsos y se desgastaban las manos. Y los campos estaban repletos de frutos de Amor que devoraban mis insaciables apetitos, herencia de mis días nublados. Y un día, con un cielo sin nubes y un radiante sol, sin ninguna lógica aparente comenzó a llover.

Era un evento misterioso, imposible dirían algunos, y las gotas no se veían caer, pero mojaban por dentro. Desde entonces todas las mañanas al salir a la vida cargo un paraguas, esperando la tormenta que se avecina y que se niega a dar pistas. Hoy, escuché un ruido fuera de mi casa, bajé las escaleras corriendo y debajo de mi puerta encontré un misterioso sobre envuelto en una fragancia de azufre y lavanda. Comencé a sentir la adrenalina en mi sangre, rompí el sobre y leí dos palabras: ¿me extrañas?

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